lunes, 27 de agosto de 2007

La escritura para niños de Jacqueline Goldberg

El libro: el universo, la casa, el cuerpo
Laura Antillano


Uno de los libros más hermosos que ha caído en mis manos últimamente es La historia de la lectura de Alberto Manguel. Con este libro revivo mi yo lector desde la circunstancia misma de su sensualidad primaria. Manguel nos recuerda la multiplicidad de sentidos que tiene el acto de leer en el privilegio mismo de su razón temprana y esencial.
Leer a Manguel cuando releo a Jacqueline Goldberg en su obra publicada para niños, me, sitúa, en la condición misma de lo que el texto significa, para la complicidad entre lector y escritor.
“(...)el lector refleja al escritor (él y yo somos uno), el mundo se hace eco de un libro (el libro de Dios, el libro de la Naturaleza), el libro está hecho de carne y sangre (la carne y la sangre del escritor, las cuales mediante una transubstanciación literaria, se hacen mías) el mundo es un libro que hay que descifrar (el poema del escritor se convierte en mi propia lectura del mundo)”(Manguel, 1999, p.225)
Un libro en el que nos adentramos, un texto que se apropia de nuestra mirada lectora, de nuestra alma y nuestro pensamiento, pasa a ser nuestro cuerpo. El texto, metáfora del universo, en el momento mismo en que lo leemos, es la casa y es el cuerpo, el nuestro, el que nos ocupa, el que ocupamos, como la matriuska rusa: el cuerpo, el cuerpo dentro de la casa, la casa dentro del universo y a la inversa..
Para Manguel:
“(...)el acto de la lectura sirve como metáfora que nos ayuda a entender la incierta relación que tenemos con nuestro cuerpo, el encuentro y el contacto y el descifrar de signos en otra persona. Leemos expresiones en un rostro, seguimos los gestos del amado como si fuese un libro abierto.”Tu rostro, mi señor” le dice Lady Macbeth a su marido, “es como un libro en el que los hombres pueden leer cosas extrañas”, y Henry King, poeta del siglo XVII escribió, de su joven esposa muerta:
“ Amada a quien perdí¡ desde tu prematura desaparición mi tarea ha sido meditar
Sobre ti, únicamente sobre ti: tú eres el libro,
La biblioteca en la que busco
Aunque me haya quedado casi ciego” (Manguel,99,p.227)

En los tres libros de Jacqueline Goldberg a los que queremos hacer referencia: “La casa sin sombrero”(2001), “Una señora con sombrero”(1993) y “Mi bella novia voladora”(1994), a través de diversos procedimientos literarios se construye el espacio de identificación que convierte a la palabra escrita en metáfora de lo existente, del universo y su circunstancia. Leemos el mundo en el libro, leemos nuestra soledad cósmica en el recinto de la soledad que el libro nos refleja.
El juego mismo de la construcción del rótulo que define los títulos establece un intercambio de significados desde cuya precisión podemos entrar al desciframiento de su circunstancia global.
La señora con sombrero, en la historia, es la muerte (“La muerte es una señora pequeña que columpia su sombra bajo las matas del patio”) la voz infantil en boca de quien está la narración convive con esa presencia de la muerte como si se hubiera ido acostumbrando a ella, a su presencia tranquila, la muerte que ha venido a buscar al abuelo: “La muerte es una palabra con sombrero/que de vez en cuando viene/y nos obliga a despedirnos”/(...)”cuando pienso que la muerte/ es una señora con sombrero/mi respiración se hace suave/y mis sueños/comienzan a viajar/”.
La casa sin sombrero, es el espacio abierto de la vida, del encuentro con los otros, nacida de la invención del padre que acompaña al niño (“Mi papá es un inventor de casas a las que entra sin prisa el solazo del verano”) a ese padre que inventa se le acompaña en un plural, y el ellos sigue el ensueño, son sus cómplices: “Nuestro papá tardó años imaginando nuestra casa abierta al cielo”.
Y finalmente, la “novia voladora” viaja, se ha ido, está en otro territorio lejano, y desde la lejanía se acrecienta el anhelo de tenerla, quien habla, construye el “tejido”, es el que está “en tierra”, sueña y vuela a través de la visión de aquella.”En seis semanas/estará otra vez aquí/y me hablará/ y hablará/ de museos/colinas(...)hablará/de su cabello trepando/el aire del río/”(p.13).
El juego de la construcción imaginaria hace, a través del acto de creación del texto, un gesto de reconstrucción del universo. Somos en el libro, en el poema, cuando leemos. El acto lúdico de escritor y lector se convierte en el único acto posible. Hay un proceso lúdico íntegro que acuna nuestra circunstancia. Al modo de Jean Duvignaud entendemos que: “El juego es una especie de alarde de fuerza: en medio del claroscuro de la vida cotidiana, lanza un reto al sosegado estancamiento del mundo...”(Duvignaud,1982,p.152).
La voz que hila la historia, que nos conduce a través del libro a establecer la convención necesaria para su lectura, y nos convence de la certeza de su sustancia cercana, revela un orden imaginario que pone en cuestión los mandatos del llamado orden establecido. Del mismo modo en que el niño cuando juega ríe de la ruptura, celebra el detalle que señala la anticonvención. Celebra el estar en otra parte. Vive un nuevo lugar, uno extraordinario inalcanzable para el entorno convencional. Entrar en el libro reviste ese placer.
Los espacios de la ausencia (la muerte que convierte la presencia del abuelo es algo imaginario y lejano, la casa que no está, que es, pero no es, con muebles transparentes, nacida del sueño de papá, y la novia que está lejos pero a través de cuya distancia se crea un espacio de ensoñación) son los espacios por excelencia que esta escritora, Jacqueline Goldberg toma para la construcción del lugar, ese lugar idealizado, mágico, que define la circunstancia misma de la ensoñación y el traslado.

El /lugar/ en los libros de Jacqueline Goldberg
Espacio creado a partir de la lectura y la escritura, la gratificación de ese placer de lo imaginario nos convierte en cómplices y actuantes del proceso de creación del sentido en y a través del texto.
“El mundo, que es un libro lo devora un lector que es una letra en el texto del mundo; de esa manera se crea una metáfora circular para lo inagotable de la lectura. Somos lo que leemos.(...) leemos intelectualmente a un nivel superficial, captando ciertos significados y conscientes de ciertos hechos, pero, al mismo tiempo, invisible, inconscientemente texto y lector se entrelazan, creando nuevos niveles de significado, de manera que cada vez que ingerimos un texto, simultáneamente nace algo a escondidas que todavía no hemos captado”(Manguel, 1999, p.231)
Se escribe desde un lugar, se crea un lugar a través de la escritura. El lector pasa a ese lugar, asume la voz del texto, tiene un poder, está allí, en el texto. Se abandona, se entrega. Su encuentro con y dentro del texto lo conectan con un mundo particular, con un espacio indefinible.
Mangel, habla de su contacto con el libro, su relación con la lectura: “Lo que sucedía estaba sucediendo en el libro, y era yo quien contaba la historia. La vida seguía su curso porque yo pasaba las páginas”(Manguel,1999, p.203)
Esta noción de la presencia del lector lleva implícita la noción de un “lugar” ganado, conocido en el milagro mismo de la lectura del y por el texto.
Esa intimidad que nace nueva a través del acto de comunión entre libro y lector, define un espacio subjetivo, el lugar.
El escritor Enrique Pérez Díaz, autor de numerosos libros para niños, define el lugar desde la perspectiva de quien escribe y quien lee:
“ (...)al franquearse la página en blanco, ese mítico umbral, antes inexistente para cualquier lector, y penetrar el narrador dentro de él, lo que sus ojos ven, intuyen, sufren, admiran, describen, cuentan debe hallarse en un lugar determinado, lugar que produzca en nosotros –los domesticados y serviles lectores de siempre- aquella emoción tan necesaria y buscada para descifrar los códigos anímicos y estilísticos (esto es, la lectura) que nos permitan acceder ilesos a la atmósfera real de este lugar”( Pérez Díaz, 2001, p.2)
Esta búsqueda en la escritora Jacqueline Goldberg , en relación con la ausencia, con la soledad cósmica, con el llenar o rehacer un espacio de lo que no está (estuvo con el abuelo, estuvo con la novia, está en el sueño del papá con la casa imaginaria) cumple en la lectura y su relación con el interlocutor-lector infantil y adolescente, con esa profunda sensación de soledad intrínseca a esas edades, acerca de lo cual Gaston Bachelard ha escrito tantas páginas.”La soledad del niño es más secreta que la soledad del hombre. A menudo descubrimos muy tarde en la vida, en toda su profundidad, nuestras soledades infantiles, la soledad de nuestra adolescencia(...)el niño soñador, es un niño solo,muy solo. Vive en el mundo de su ensoñación. Su soledad es menos social, menos dirigida contra la sociedad, que la soledad del hombre”(Bachelard,1982, p.163/164).
La definición de ese lugar en las obras de la escritora Jacqueline Goldberg define un motivo que se nos hace muy importante, ya desde el punto de vista de quien acerca el libro al lector ideal, porque , independientemente de que pensemos que el libro no tiene edad, sino que hay lectores para cada libro, su esencia desde el motivo mismo que genera el “lugar” en su obra, puede considerarse para ser destinada a jóvenes y niños, dado que cumple en términos literales con lo que podríamos señalar como la aproximación a los motivos emocionales e intelectuales de ese joven lector hoy, caracterizado desde la perspectiva de un nuevo lector infantil o juvenil, “el nuevo lector implícito”.
Teresa Colomer (1998) establece una serie de características para describir a este nuevo lector implícito, el que ha experimentado un supuesto impulso innovador desde la década de los 60 del siglo XX, sus señalamientos se resumen en lo siguiente:
Un lector propio de las sociedades actuales.
Un lector integrado a una sociedad alfabetizada.
Un lector familiarizado con los sistemas audiovisuales.
Un lector que se incorpora a las corrientes literarias actuales.
Un lector que aumenta en edad, al ampliar progresivamente sus posibilidades de comprensión del mundo y del texto escrito.
Esta perspectiva produce el nacimiento de textos que: plantean rupturas con los modelos canónigos, aumentan su complejidad narrativa y por lo tanto: su complejidad interpretativa. No pensamos que un escritor se sienta a escribir como quien prepara una receta a un consumidor de lectura X, y si creemos, y con más fundamento en el caso de Jacqueline Goldberg, que su escritura puede realizar la comunión con lectores de edad infantil y juvenil desde la mirada de sus propias necesidades emocionales.
Los textos de Goldberg mantienen un tono poético en el hermetismo mismo de sus metáforas, requiriendo una mirada lúcida en su lectura, que pensamos se produce, desde la mirada de estos lectores definidos, por el encuentro en ellos de la ensoñación alrededor de la soledad cósmica, como la define Gaston Bachelard, tan propia de estas edades.
Dos motivos esenciales circulan entre sus obras: la definición de ese sitio, ese espacio interior nuevo, en comunión con el lector, por un lado; por el otro: el encuentro con situaciones límites de un modo no traumático, donde la circunstancia del acto poético es implícita al entorno narrativo y conduce al lector a una comprensión de un estado, de una circunstancia de difícil asimilación. Pensemos en la muerte o en la ausencia del amado.
El profundo sentido de lo poético, sin concesiones, que prevalece en estos libros de Jacqueline Goldberg es un alimento de creciente valorización en su ser espejo con el descubrimiento de esa soledad, que al ser definida como lugar idealizado, conforma al niño y al adolescente, se con-sustancia con su ser.
“Las vacaciones son largas/en este patio/(...)miro iguanas/trepando raices/(...)hormigas azules/mordiendo los mangos/(...)pasa la tarde/pasan muchas tardes(...)juego/y no me acuerdo(...)pero cuando huele a limón(...)pienso en ella(...)mi bella novia/mi novia mía(...)volando/ sobre los mapas(...)volando/sobre las olas”(Goldberg,94,p.19).
La vida del lector está en la vida del libro, el libro convertido en cuerpo,casa y universo del lector, en este caso del lector niño o adolescente, reafirmando la riqueza de su soledad interior en la escritura de la poesía narrativa de Jacqueline Goldberg.

Bibliografía
Bachelard, Gaston (1982) La poética de la ensoñación. Fondo de Cultura Económica, México.
Colomer, Teresa (1998) La formación del lector literario, narrativa infantil y juvenil actual.Fundación Hernán Sánchez Ruipérez, Madrid.
Duvignaud, Jean (1982)El juego del juego. Fondo de Cultura Económica, México.
Goldberg, Jacqueline (1992)Una señora con sombrero. Editorial MonteAvila, Caracas.
————————(1994)Mi novia voladora, Fuhndación Cultural Barinas.
———————— (2001)La casa sin sombrero. Editorial Alfaguara Infantil, Caracas.
Manguel,Alberto.(1999)Una historia de la lectura. Editorial Norma, Santa Fé de Bogotá.
Pérez Díaz, Enrique (2001) El sentimiento de lugar en los libros para niños. Ponencia presentada en el Congreso Lectura 2001 para leer el XXI, La Habana.

No hay comentarios: